
Hoy en día, lo que sucede en las academias, en los institutos, los estudios, colegios, en galerías y museos, importa y logra relativamente poco porque el arte se sigue manteniendo como un extraño en la sociedad. Esto tiene bastante lógica, ya que éste sólo tiene sentido como manifestación suprema dentro de una cultura empapada del pensamiento visual creador.
Este papel de outsider que le toca asumir en innumerables oportunidades fija la idea de su “rareza” como verdad en la mente de muchas personas, a pesar de ser incorrecta.
Mientras esto no cambie, la gente seguirá sufriendo de “analfabetismo sensorio”, como menciona Rudolph Arnheim en su basto trabajo sobre el pensamiento visual.

Aunque ciertos estudiosos y la tradición occidental se empecinen en negarlo, el trabajo de Arnheim comprueba que cualquier pensamiento es de naturaleza fundamentalmente sensorial y que la separación entre visión y pensamiento es falsa. Este error es el que ha desorientado la educación frente al arte durante tanto tiempo.
Debemos recordar que nuestra respuesta perceptiva ante el mundo es el medio por el que estructuramos los sucesos y derivamos las ideas y el lenguaje. Es por ello que una buena parte de los esfuerzos verdaderamente creadores de la mente, en cualquier campo y a cualquier nivel, consisten en operaciones perceptivas.
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